miércoles, 30 de septiembre de 2009

Nada fuera de lo normal


De entrada dijo llamarse “Andrea”. Aparentaba poco más de 40 años y como reveló posteriormente, la mitad de su vida ha sido dedicada a la prostitución. Dijo que había nacido en Chone, pero jamás ejerció como trabajadora sexual en esa ciudad. Siendo una niña de 13 años y con un hijo a cuestas viajó a la Sierra, para en compañía de un “hombre que la explotaba” vender su cuerpo.

A los 17 años ya era madre de dos niños, apenas sabía leer y escribir, para colmo recibía golpes de clientes y de su marido.

Trabajó duro para separarse de esa primera pareja; luego viajó a  otras provincias, como Azuay,  Chimborazo e Imbabura. Vivió arrendando cuartos con su familia, hasta que otros amigos, novios, amantes e inclusive convivientes aparecieran y dejaran una nueva cicatriz. Hoy tras décadas de vivir así, “Andrea” debe lamentar que una de sus hijas, Bárbara también haya optado por la prostitución y que a los 18 años se le haya detectado cáncer de cuello uterino.

Se sentía destrozada con la noticia que le reveló una amiga y colega de profesión.  Por eso quería llamarla desesperadamente. Hija y madre no se hablan hace mucho, pero hoy en medio del encuentro de la Red de Trabajadoras Sexuales, la madre no aguantó más y decidió romper el hielo.  Se abrió paso entre las delegadas nacionales que, como ella, había sido invitadas por el Foro Nacional de los Derechos De Las Mujeres Trabajadoras Sexuales al hotel Hilton Colón de Quito. Eran las 11:30 y luego de las primeras intervenciones, quedaba claro que ni la Policía, ni los ministerios de Gobierno y Salud podían dar cuenta de grandes avances en el tema.

Para Andrea lo único importante era su hija.  Lamentaba no haberla llamado la semana pasada,  pero estuvo presa en los calabozos de la Policía Nacional de la calle 24 de Mayo, en el Centro Histórico de Quito. Su delito fue deambular: estar de pie y caminar de un lado al otro por la acera. Esta “actitud” según el Código Penal es susceptible de arresto de acuerdo al artículo 606 literal 12 del mencionado instrumento legal.

En prisión, regularmente,  prostitutas como Andrea o como Elizabeth Molina, presidenta nacional de la Red de Trabajadoras Sexuales del Ecuador son explotadas sexualmente y hasta extorsionadas, “cada vez que reclamamos por las detenciones y los procedimientos policiales agresivos nos piden que lo hagamos directamente en la Inspectoría de la Policía: existe mucho espíritu de Cuerpo”, comenta Elizabeth.

Andrea refuerza lo dicho, pues tuvo un enfrentamiento con la Policía que no le permitían tomar unas pastillas para la alergia. Se desató una nube de gas y patadas.

La agresión policial no es todo. “Es común también que los mismos clientes nos traten como objetos, piensan que tienen derecho a hacer lo que les da la gana”. Algunos se resisten a colocarse preservativos y ordenan que se satisfagan los deseos sexuales más extraños y riesgosos, “vienen borrachos, gente violenta: de verdad se corre mucho peligro”; sostiene Andrea.

De repente, la entrevistada  reveló su verdadero nombre: Verónica y no era oriunda de de Manabí, si no de Santo Domingo de los Colorados. Gana 300 dólares mensuales, paga deudas, servicios y una arriendo,  nada fuera de lo normal. Antes de retirarse, dijo  que tenía ganas de llorar y se alejó cabizbaja con una mano en la frente.

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