-Ponte tu mejor vestido que hoy en la noche vendrás a cenar a casa, y si estás de acuerdo, haz la maleta para no volver- dijo el cliente que se había enamorado de la meretriz.
Ambos se habían visto sorprendidos por un calor dulce en las pupilas, luego de encontrarse varias veces en aquella habitación decorada con telas de peluche, en donde los aromas se iban quedando como capas sobre las paredes, ¡olor a humanidad agitada, a tristeza distraída! Allí habían iniciado un vínculo fiero e instintivo y habían tropezado sin querer con la ternura.
Esa noche a la hora convenida, la Meretriz salió de su habitación con una maleta en la mano, maquillada, con el cabello recogido, un pantalón y el pecho desnudo.
-Porqué no te has vestido, preguntó el hombre- , ella respondió:
-Me he puesto mi mejor gala, no quiero ocultar los senos con que nutriré a nuestros hijos, hoy no voy a tapar con telas mi piel y sus pliegues, son la blusa más fina que he tenido.
Si salgo de aquí ha de ser con el torso desnudo pues allí late mi corazón y él ahora no admite barnices.
Sabes que vengo de fabricar gemidos diarios, de producir placeres sin tregua, de fingir sonrisas para tener un plato de comida, de vestir ropas brillantes con colores que chillan como mascotas olvidadas.
Quiero que esta noche me vista el deseo, me cobije la confianza, me haga de fular tu brazo.
Que nuestra unión sea una nueva ventana para ver el paisaje con los cuerpos ceñidos, buscando que el horizonte nos una en su viaje-.
La Meretriz y el cliente marcharon en silencio, cautivos de su euforia, esa que provocan los pactos sentidos, auténticos, esa que se trepa del plexo solar hasta la tráquea y que hace posible el destino elegido.
Si deseas conocer más cosas de Isabela Méndez, visita su blog: http://isabelamendez.com/blog/
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